- Una nueva investigación en los páramos y sabanas colombianas ha destapado una gran cantidad de turberas, suelos orgánicos formados a través de miles de años, que podrían contener el valor de 70 años de emisiones de carbono en Colombia.
- Proteger estas tuberas del desarrollo agrícola es esencial para evitar la emisión de gases de efecto invernadero.
- La recolección de muestras en muchas zonas distintas fue posible gracias a la frágil pero vigente paz que hay entre el gobierno colombiano y las fuerzas rebeldes armadas.
- La mayor parte de las turberas colombianas se encuentran en zonas remotas, pero la deforestación, cada vez más intensa, pone algunos humedales en riesgo.
En el corazón de la Amazonía colombiana, las altas montañas de Serranía del Chiribiquete guardan muchos secretos, incluidas las pinturas rupestres más antiguas de Sudamérica. Esta área remota ha estado fuera de límites y desconocida durante décadas, porque el Parque Nacional de Chiribiquete estaba controlado por Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
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Actualmente, gracias a un tratado de paz algo inestable, la seguridad y el a algunas regiones ha mejorado. El parque ha revelado otro secreto: en la sombra de las montañas yace uno de los humedales de turba más densos de América del Sur.
La turba es la acumulación de materia orgánica parcialmente descompuesta en humedales, que con el tiempo se comprime en suelos densos que almacenan más carbono por hectárea que cualquier otro tipo de paisaje. Cuando se dejan intactas, las turbas crecen lentamente cada año, almacenando carbono en aguas con baja concentración de oxígeno, evitando que se descomponga del todo.
Sin embargo, cuando la gente drena y seca las turberas para la agricultura, estas pueden transformarse en “bombas de carbono” que pueden liberar cantidades masivas de gases de efecto invernadero a la atmósfera en forma de dióxido de carbono (CO2) o metano. La quema de enormes extensiones de turba en Indonesia en los últimos años ha cubierto el país de humo y lo ha convertido en uno de los peores emisores de carbono del mundo por el cambio en el uso del suelo.
Un nuevo estudio publicado en la revista Environmental Research Letters, reveló que las turberas en Colombia son vastas y están llenas de carbono, lo que convierte al país en la zona de Sudamérica con las reservas más grandes del mundo después de Perú.
El estudio, realizado con minuciosas comprobaciones sobre el terreno en medio de una situación de seguridad fluctuante, deja en evidencia la necesidad de comprender y conservar estos vastos paisajes salvajes para evitar emisiones de gases de efecto invernadero, que podrían ser devastadoras, y proteger la biodiversidad única y a las comunidades locales que los consideran su hogar.

La cartografía del carbono desconocido
La conservación de las turberas, las cuales contienen un alto nivel de carbono, es esencial para frenar el cambio climático. Sin embargo, las turberas no están bien cartografiadas en las áreas tropicales. La cuenca del Pastaza-Marañón, en Perú, fue reconocida como la turbera más grande del Amazonas en 2008, pero las turberas en la cuenca del Congo, que son incluso más grandes, no fueron cartografiadas hasta 2017. Cualquier esfuerzo por proteger las turberas depende primero de saber dónde se encuentran.
Pero ahí está el problema, y es que no se puede delimitar las zonas de turba basándose solo en las imágenes satelitales, su identificación requiere de trabajo de campo. Los investigadores necesitan tomar diferentes muestras del suelo de un humedal para determinar si existe una turba y en caso afirmativo, establecer a qué profundidad está. El análisis de estas muestras de suelo puede determinar la densidad y la cantidad de tiempo que una turba ha estado almacenando carbono.
Colombia ha sido un punto ciego en el mapa tropical de las turberas durante mucho tiempo, con estimaciones basadas solamente en imágenes satelitales o en mapas de suelo primitivos que diferían en órdenes de magnitud. La expansión del conflicto interno en Colombia, y el crecimiento de los grupos armados desde mediados de los años 90 hasta ahora, ha hecho que sea casi imposible conseguir muestras físicas en gran parte de la región de la selva tropical. Pero los esfuerzos del Gobierno por llegar a un tratado de paz con las fuerzas armadas en 2016 abrieron las puertas a nuevas oportunidades.
En 2020, un equipo internacional liderado por el profesor Scott Winton, de la Universidad de California en Santa Cruz, y el profesor Juan Carlos Benavides, de la Universidad Javeriana en Bogotá, empezaron a rellenar los vacíos en la información. Viajaron hasta los humedales remotos de la selva tropical amazónica en la sabana Llanos de Colombia y empezaron su búsqueda para encontrar en qué zona sería más probable encontrar una turba y en qué zona sería más inesperado.
Después combinaron sus observaciones del subsuelo con imágenes satelitales y construyeron un modelo basado en las señales espectrales que encontraron en las imágenes para predecir donde podría ocurrir una turba y lo grande que sería. Los investigadores estimaron que las turberas colombianas almacenan 1.9 petagramos de carbono o 1.9 millones de kilos, el equivalente a 70 años de emisiones anuales del país.


“En América Central y del Sur (especialmente en la región tropical) se han llevado a cabo escasas operaciones de campo porque los bosques son muy extensos, el es muy limitado y trabajar en estos entornos plantea muchas dificultades”, cuenta Julie Loisel, geógrafa física de la universidad de Nevada, Reno, que no estuvo implicada en el estudio. Julie insistió en que la combinación del trabajo de campo con la teledetección es la mejor forma de conseguir estas estimaciones.
Los investigadores encontraron depósitos de turba significativos en varios lugares inesperados. Por ejemplo, no esperaban encontrar turbas en la zona de los Llanos por su condición de sequía anual, porque para que se formen turbas es necesario que haya inundaciones constantes. Pero el equipo de investigación, halló depósitos en los bosques de galería y los pantanos a lo largo de los ríos que atraviesan los Llanos, lo que plantea la posibilidad de que se haya subestimado la turba en otros humedales estacionales, como en el Pantanal de Brasil.
El equipo también documentó los primeros depósitos de turba hallados en bosques de arenas blancas. Estos ecosistemas poco conocidos se encuentran en suelos erosionados en el escudo guayanés, extremadamente pobres en nutrientes, y albergan un tipo único de bosque atrofiado junto con varias especies de aves endémicas.
No es común que la arena tenga agua y forme una turba, pero el equipo tiene la sospecha de que bajo estos depósitos arenosos subyace una capa de roca base que retiene el agua. Los bosques de arena blanca cubren extensas zonas del norte de Sudamérica, lo que sugiere la existencia de importantes depósitos de turba sin cartografiar en Venezuela, Brasil y la Guayana.

Navegar la inestabilidad
El equipo de investigación aprovechó el tratado de paz en Colombia, en curso desde 2016, para tomar muestras de humedales en zonas controladas anteriormente por las FARC y otros grupos rebeldes. Sin embargo, muchas partes del país siguen siendo demasiado peligrosas para que los científicos trabajen en ellas, lo que contribuye a la incertidumbre en sus estimaciones sobre la localización de otras turberas. En otras zonas, como las bases de investigación más septentrionales, se ha reanudado la actividad armada, por lo que volver a esos sitios se ha vuelto imposible, al menos por ahora.
“Tienes que entender el área que te rodea. Cuando la gente te dice: ‘No vayas’, sencillamente no vas”, explica Benavides, coautor del estudio. “Todo lo que hay en la zona puede perderse en cualquier momento, así que planeas con antelación… no puedes saber si vas a poder volver o no.”
El irregular conflicto hace que este estudio se base en instantáneas únicas de la región que será difícil reproducir en un futuro próximo. “Sería muy imprudente volver en estos momentos a algunos de los lugares en los que estuvieron con anterioridad”, explica Dolors Armenteras, profesora de la Universidad Nacional de Colombia, que estudia la deforestación y la ecología del paisaje. “Sería muy peligroso”.
Para muchos colombianos, el proceso de paz ha sido decepcionante. A pesar de que hubo una disminución de la violencia, el conflicto ha aumentado en todo el país en los últimos años. Aunque las FARC se ha desmovilizado en gran medida, un grupo disidente, el Estado Mayor Central (EMC), controla ahora gran parte de los departamentos colombianas de Caquetá, Meta y Guaviare. Estas provincias cuentan con importantes extensiones de bosque que pueden estar cubiertas por humedales de turba, pero estas zonas también están en la frontera de la deforestación.

“Existe un debate recurrente sobre si el conflicto en Colombia preserva la biodiversidad o agrava la pérdida de bosques”, explica Armenteras. La respuesta, añade, depende del momento y el lugar, ya que los grupos armados alternan entre proteger los bosques para proteger sus movimientos y vender concesiones forestales para obtener ingresos.
No obstante, desde la implementación del proceso de paz, el índice de deforestación ha aumentado en vez de disminuir, tal y como predijo Armenteras. El colapso del orden en la seguridad dominada por las FARC ha dejado muchas zonas desgobernadas, lo que ha provocado la expansión del narcotráfico y la ganadería intensiva. Esto supone un peligro para algunas de las turberas recién cartografiadas en Colombia.
“En Caquetá, en concreto, observamos un gran índice de deforestación de las zonas ribereñas y encontramos incluso palmeras de Mauricio taladas con motosierras y quemadas, lo que es explícitamente ilegal”, explica Winton, autor principal del estudio. “Si se observan las series temporales de imágenes satelitales de la zona, se puede observar cómo ocurre deforestación en áreas en las que el río nace”.
El actual gobierno colombiano, bajo la presidencia de Gustavo Petro, está firmemente comprometido con el ambientalismo y la reducción de índice de deforestación en Colombia. En respuesta, grupos armados como el CME han allanado el camino para que exista cierta deforestación como método de presión en las negociaciones de paz, utilizando la Amazonia como moneda de cambio para conseguir un mejor acuerdo.
Los árboles que no dejan ver el bosque
En los últimos años, importantes descubrimientos de turberas en Perú y la Cuenca del Congo han atraído la atención internacional y han generado propuestas para protegerlas mediante iniciativas de pago por servicios ambientales (PSA). La idea es pagar a los países o comunidades locales por las emisiones evitadas al preservar las turberas, en lugar de convertirlas para la producción agrícola.
Ahora que se han descubierto vastas reservas de carbono también en las turberas de Colombia, la pregunta es cómo salvarlas, especialmente en un país aún sumido en el conflicto y el desorden.
El programa REDD+ de las Naciones Unidas ofrece un posible modelo de PSA para tasar los bosques y humedales y protegerlos. Sin embargo, estas iniciativas son difíciles de implementar donde no existe una buena gobernanza.
La mayoría de los proyectos colombianos tendrían que desarrollarse en zonas extremadamente remotas, con un control gubernamental débil o nulo, lo que dificultaría enormemente el monitoreo y la aplicación de las leyes. Un estudio de 2021 reveló que los programas REDD+ tienen dificultades para demostrar su éxito en Guaviare, tras la transición del control de las FARC al de la EMC.
Muchos investigadores han estado explorando las sinergias entre REDD+ y el desarrollo en el contexto colombiano, con la esperanza de que los PSA puedan ir de la mano de los esfuerzos de consolidación de la paz en zonas de postconflicto.
Sin embargo, existe otro problema: los programas REDD+ vigentes en Colombia han sido objeto de un creciente escrutinio, y una reciente audiencia pública destacó múltiples abusos. En un caso, se vendieron créditos de carbono a Chevron sin el conocimiento de la comunidad indígena andina que habita el territorio.
Los más de 70 proyectos REDD+ activos en el país también presentan un alcance limitado, ya que casi todos se centran exclusivamente en la conservación del carbono superficial. Benavides considera que este es un enfoque corto de miras.
«La Amazonía es más que árboles», afirma. «El gobierno nacional está dominado por ingenieros forestales que solo ven árboles, no les interesan los procesos del suelo. Pero el suelo contiene más carbono que los árboles».

Los modelos de pago por servicios ambientales (PSA) en turberas existentes, como los de Indonesia, suelen financiar su restauración mediante la reinundación de humedales degradados y drenados, para evitar su quema y descomposición. Sin embargo, los programas destinados a proteger los vastos y aún intactos depósitos de turba en el Congo, Perú y ahora Colombia tendrían que operar bajo un modelo más complejo: pagar para prevenir amenazas futuras, una estrategia difícil de justificar antes de que la destrucción sea inminente.
“Dado que estos ecosistemas no son reconocidos a nivel nacional, el país no los incluye en sus informes de [contabilidad de carbono]”, explica Benavides. “Y si no se incluyen en los informes, entonces no se puede acceder a los mercados [nacionales de carbono]. Se termina recurriendo al llamado ‘mercado voluntario’”, donde, según Benavides, los pagos disponibles para los vendedores de créditos son de mucho menos valor.
Si estos programas de PSA lograran reestructurarse, podrían proporcionar un incentivo financiero para las comunidades locales, permitiéndoles colaborar con los esfuerzos de paz y facilitar la transición del control rebelde al control estatal en la Amazonía. Esto contribuiría tanto a la conservación de bosques y turberas como al desarrollo sostenible.

En las zonas más remotas de la Amazonía colombiana las turberas y los bosques aún enfrentan poca presión de desarrollo. Si se incluyesen estos paisajes en los mapas de carbono, el Gobierno podría socavar la soberanía de los pueblos indígenas si estos, sin haber contribuido a las emisiones globales, no participan en la toma de decisiones.
«Existen enormes barreras: algunas políticas, otras técnicas, y también hay que tener en cuenta las dificultades de », señala Benavides al ser consultado sobre la posibilidad de implementar programas REDD+ para conservar las turberas en Colombia. «Pero, en mi opinión, también hay una barrera ética invisible: ¿Podemos hacer esto? ¿Es necesario? ¿Tenemos derecho a establecer algún tipo de control sobre el uso del terreno, impidiendo que las personas usen estas tierras de manera natural, orgánica o tradicional, solo porque existe un interés externo que podría generar beneficios a futuro?».
Imagen principal: del equipo internacional de investigación extraen un núcleo de turba de un humedal en la Amazonia colombiana. Foto: Scott Winton
Referencias:
Winton, R. S., Benavides, J. C., Mendoza, E., Uhde, A., Hastie, A., Honorio Coronado, E. N., … Hoyt, A. M. (2025). Widespread carbon-dense peatlands in the Colombian lowlands. Environmental Research Letters, 20(5), 054025. doi:10.1088/1748-9326/adbc03
Dargie, G. C., Lewis, S. L., Lawson, I. T., Mitchard, E. T., Page, S. E., Bocko, Y. E., & Ifo, S. A. (2017). Age, extent and carbon storage of the central Congo basin peatland complex. Nature, 542(7639), 86-90. doi:10.1038/nature21048
Rodríguez-de-Francisco, J. C., Del Cairo, C., Ortiz-Gallego, D., Velez-Triana, J. S., Vergara-Gutiérrez, T., & Hein, J. (2021). Post-conflict transition and REDD+ in Colombia: Challenges to reducing deforestation in the Amazon. Forest Policy and Economics, 127, 102450. doi:10.1016/j.forpol.2021.102450
Esta nota se publicó originalmente en inglés en el sitio de Mongabay el 23 de abril de 2025.