- La bióloga argentina Micaela Camino es investigadora del Conicet y acaba de ser galardonada con el premio de la Sociedad National Geographic y la Fundación Buffett.
- Trabaja en la conservación del pecarí quilimero con un abordaje que incluye no sólo conservar el hábitat de este mamífero endémico de la región chaqueña, sino también el bienestar de las comunidades indígenas y criollas.
- El proyecto que dirige transformó al pecarí quilimero en la especie bandera de un bosque que está siendo arrasado por la ganadería y la agricultura extensivas.
- Camino habló con Mongabay Latam sobre su trabajo, los proyectos políticos para legalizar la deforestación en Argentina y de cómo hacer ciencia en la era del presidente Javier Milei.
Los misterios del Chaco argentino se han apoderado de Micaela Camino. Esta tierra muchas veces olvidada, que desborda belleza y cultura, alberga secretos que sólo pueden descubrirse muy adentro en el monte, como se llama en Argentina al bosque nativo. La bióloga los conoce porque ha estado en su interior. Pero desde que pisó estos suelos, un hechizo la envolvió. “Ha pisado la huella del Toba”, dirían los chaqueños del monte. Un enamoramiento del que será difícil escapar.
La provincia del Chaco pertenece al Chaco Sudamericano, la segunda región boscosa más grande del subcontinente, después de la Amazonía. Hace unos 15 años, Camino dejó su barrio de Villa Crespo, en su Buenos Aires natal, y se introdujo en la provincia del bosque impenetrable, en el noreste de Argentina.
Recientemente fue galardonada con el premio de la Sociedad National Geographic y la Fundación Buffett 2025 por su trabajo en Proyecto Quilimero, para la conservación del pecarí quilimero (Catagonus wagneri) y su hábitat. Esta especie endémica del Chaco se encuentra amenazada y figura en la lista roja de especies en peligro de extinción de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Es el pecarí más grande de los tres existentes y Camino estima que podría desaparecer en menos de 30 años debido a la deforestación impulsada por la agricultura industrial y la caza.

Camino, quien en 2022 también fue premiada con el premio Whitley en Londres, conocido popularmente como el “Oscar Verde”, ha impulsado prácticas de conservación sostenibles e inclusivas, colaborando con profesionales de diferentes disciplinas, técnicos, pueblos indígenas y criollos. Este trabajo se tradujo en acciones de conservación tangibles para la especie.
La investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Centro de Ecología Aplicada del Litoral (CECOAL, CONICET-UNNE), dialogó con Mongabay Latam sobre lo difícil que es hacer ciencia en la era del presidente libertario Javier Milei; sobre el avance de la deforestación en el Chaco argentino y el rol del poder político local, y sobre la alianza con la cultura indígena y criolla en la conservación.
-¿Qué significa recibir este nuevo premio en el contexto que vive el Chaco argentino?
-Es un premio que no esperaba. Es mucha felicidad a la vez y nervios. Trabajar en el Chaco es complicado. No solo porque puede hacer mucho calor en verano o este año, que llueve tanto, no puedes ni transitar, sino porque es realmente meterse en bosques con muchas espinas, trabajar con comunidades que saben un montón, son espectaculares, pero al mismo tiempo ven muchas veces vulnerados sus derechos con falta de a la salud o a la nutrición. Les roban las tierras. Siempre siento que falta muchísimo por hacer y por ahí me cuesta mirar para atrás y ver lo que sí hemos hecho. Entonces este premio por ahí sirve para eso, poder decir sí, bueno, hay cosas que sí fuimos logrando y eso está bueno. Y también debo reconocer que si bien es un premio individual, lo cual está buenísimo, para mí esto es un logro colectivo. Primero, trabajar en conservación de la forma en que nosotros lo hacemos es una forma colectiva, desde Conicet, con la Red Agroforestal de Chaco y con un montón de grupos, pero sobre todo con indígenas y criollos que viven en el monte, que son las verdaderas personas que ponen el cuerpo día a día conservando nuestros bosques. Entonces yo comparto este premio con esas personas y espero que lo puedan sentir propio. También, con las personas del Chaco y de Argentina, porque yo estoy en Conicet, vengo de la universidad pública, entonces esto es un logro colectivo.

-¿Por qué comenzó a trabajar por conservar el pecarí quilimero?
-En realidad no llegué al Chaco con la idea de trabajar sobre esta especie. Cuando llegué nos faltaba muchísima información sobre muchas especies, sobre todo del quilimero. Pero en ese momento, cuando yo empezaba, a lo que me dediqué principalmente tenía que ver con entender las percepciones locales de familias indígenas y criollas respecto a la presencia o no de especies. La persona responsable en ese momento de los bienes naturales, que aquí se llama Recursos Naturales, me dijo que el quinielero era una especie que solo iba a encontrar en las áreas protegidas. ¿Por qué? Porque es una especie de mamífero grande que pesa 40 kilos. Es un bicho muy grande. Parece un jabalí, por decir. Y de las especies de pecarí que existen es la más grande. Sabemos muy poco y solo existe en la región chaqueña, especialmente en el Chaco Seco.

-Pero a pesar de que le dijeron, que no lo iba a encontrar fuera de áreas protegidas, lo encontraron…
-Ampliamente distribuido, lo que no quiere decir que sea abundante, pero quiere decir que está, aunque cada vez está más amenazado. El hecho de descubrir que estaba la especie me puso súper feliz porque me daba esperanza de que esos bosques no estaban vacíos, sino que tienen su biodiversidad, aunque amenazada, fragmentada, peleando por existir. Luego, nos pasó una cosa muy dolorosa. Nosotros estábamos trabajando en la zona mejor conservada del Chaco, alejada de las grandes ciudades, y a ese lugar no había llegado el desmonte, cuando aparece en nuestra cara. Empiezan a sacar árboles, vemos a las comunidades fragmentadas, dolidas y gente llorando, porque es muy trágico el avance del desmonte. El desmonte tiene que ver con violación de derechos, con corrupción, con el dolor, muchas peleas dentro de las comunidades. Desaparecían los quilimeros y otras especies. Yo estaba terminando mi doctorado y no sabía bien qué hacer. Decidí redoblar la apuesta y quedarme. Pero, además de ciencia, quería aportar más. Ahí es cuando creamos el grupo de trabajo Proyecto Quilimero y tomamos al quilimero como emblema, como bandera de nuestro grupo.

-El proyecto va más allá de los pecaríes quilimeros…
-Incluye los bosques, la biodiversidad y la diversidad cultural y el buen vivir de las comunidades que los habitan. Por eso, además de trabajar en ciencia, trabajamos con las comunidades buscando ese buen vivir y trabajamos con decisores políticos y con la sociedad civil en las ciudades, tratando de llevar y traer información, contribuir a crear redes de sostén, porque en gran medida muchos problemas de conservación del Chaco tienen que ver con la invisibilización de la región, de su gente, de sus saberes, de su visión del mundo. Con estas investigaciones, encontré que el quilimero es una especie tan amenazada que solo mirando la pérdida de hábitat, así como está la deforestación, la especie corre el riesgo de estar extinta para 2051 porque es muy rápida la deforestación en el Chaco, tenemos una de las tasas de desmonte más altas del mundo. Esto sin contar la cacería, que también afecta mucho a la especie. Además, las áreas protegidas en la región son muy importantes, pero son pocas y son chiquitas, están aisladas. Muchas veces el manejo no es el ideal, la implementación no se puede hacer como se debería y por eso no son suficientes para conservar las poblaciones de esta especie a largo plazo.

-¿Cómo es en la práctica el trabajo con las comunidades?
-Es muy delicado. Cuando empecé, no era tan usual como hoy en día. Yo celebro que se popularice este tipo de abordaje a la conservación. Digamos que podríamos hablar de dos paradigmas que no necesariamente tienen que ser excluyentes, pero deberían complementarse. Uno viene más de la mirada occidental, tal vez colonialista, que tiene que ver con esto de hacer áreas protegidas estrictas, que nadie entre, no se toca y así se conserva. Y el que uso no es ese, trato de complementar, lo que busco es cómo convivimos sanamente con la naturaleza, cómo logramos simultáneamente conservar la naturaleza a largo plazo, pero usándola y con el buen vivir de las personas que allí habitan. Trabajar con comunidades implica tener en cuenta ciertas cosas: tratar de hacernos ciertas preguntas antes y durante el trabajo que nos puedan ayudar a evaluar la ética de lo que estamos haciendo. ¿A quién beneficia? ¿Cómo voy a devolver los resultados? ¿Cómo voy a trabajar con estas personas en las condiciones en las que están? Quiero decir, si tengo que salir al monte, ¿tienen zapatos, tienen alimento? Trato de tenerlas en cuenta para poder decidir si vale la pena o no mi iniciativa. ¿Qué pasa si encuentro algo que no va a beneficiar a estas personas y las puede perjudicar? ¿Cómo voy a transmitir ese resultado? ¿Vale la pena hacer esa investigación corriendo ese riesgo? Requiere transparencia en las decisiones. Trabajamos en conjunto. Por ejemplo, ahora estoy por publicar un artículo. Los chicos del equipo Quinielero consultaron en el campo a la gente si querían ser autores. Al monte se va con paciencia. Hace dos o tres años, nos juntamos en Asia Central muchos investigadores de todo el mundo que trabajamos junto con comunidades locales en conservación. Con esta mirada, formamos la Alianza por la Conservación Ética, donde justamente buscamos mejorar este abordaje y brindar herramientas para las personas que quieren trabajar junto a comunidades locales.

-Habló del buen vivir. ¿Qué es el buen vivir en el Chaco?
-Durante mucho tiempo me referí a ese término como desarrollo sustentable. Pero no todo el mundo quiere desarrollo, no todo el mundo quiere mucha plata, no todo el mundo quiere que llegue asfalto. El término buen vivir tiene que ver con términos realmente indígenas. Es una vida plena, armoniosa, en equilibrio con la naturaleza y con la comunidad. Entonces, eso para mí es lo que nos puede llevar a la felicidad. Lo busco para mí, lo busco para mi familia y lo busco para las personas con quienes trabajo. Implica mucho menos riesgo de abusar, sea de la naturaleza, sea del vecino, sea de uno mismo.
-Contó cómo se topó cara a cara con las consecuencias de la deforestación en los bosques del Chaco. ¿Qué grupos están deforestando el Chaco argentino?
-En el caso de la provincia de Chaco, hay un lobby del agronegocio muy fuerte, el agronegocio se va quedando con las tierras de las poblaciones indígenas y criollas, las pobladores tradicionales del Chaco. Este agronegocio avanza sobre el bosque, sobre la biodiversidad, sobre estas comunidades, su vida, su cultura. Cuando llega una topadora [método utilizado para arrasar con los árboles] es como si te sacaran tu hogar, tu casa, tu cementerio, tu iglesia, tu farmacia, tu supermercado. Y estas empresas reemplazan todo eso con sembrados industriales de muchísimas hectáreas. Yo no estoy hablando ni siquiera de una cancha de fútbol, estoy hablando de miles de canchas de fútbol. Y ahí va veneno que se tiene que poner sí o sí, con semillas modificadas, privadas, que hay que comprarlas. Entonces sí o sí, esto conlleva una concentración de poder y fuerza a las poblaciones locales a irse de ahí. Son empresas principalmente productoras de soja o de aceite de soja, grano de soja, las que terminan produciendo y exportando, son multinacionales muchas veces, también nacionales. Y otra cosa: me gustaría pedir que el Estado investigue cuál es la situación de los trabajadores de la madera, de las tanineras, y del carbón en los montes del Chaco. Me gustaría saber si la gente puede estar en esas condiciones en las que trabaja en el monte.

-¿En qué condiciones están los trabajadores de las tanineras y del carbón en la zona?
-Me pasó de encontrar gente en el medio del bosque, que tenía un nailon negro, utilizado como si fuese una carpa. Estaban descalzos o con alpargatas, tenían algunas herramientas para cortar árboles y una bolsa de harina, y para cazar. Después se subían a una camioneta y los llevaban a otro lugar del monte. Y esa gente no era de las comunidades.
-Se han ordenado desde los gobiernos provinciales nuevos ordenamientos del territorio boscoso y se cambiaron categorías de zonas que antes no podían ser deforestadas. ¿Qué opina sobre estas iniciativas de los poderes políticos?
-Puedo hablar de lo que conozco que es la provincia del Chaco. La cuestión es que bajaron la categoría de protección y desmontaron. Lo llaman cambio de uso de suelo. Muchas veces se realizan usos que deberían ser sustentables, como silvopastoril o aprovechamiento forestal, que en realidad terminan siendo desmontes, porque en la provincia la manera en que evalúan que sea sustentable es incorrecta. Incorrecta desde el punto de vista de la biología, la ecología, la antropología, la sociología. Solo usan parámetros que tienen que ver con la ingeniería forestal. Además, en la zona norte de la provincia lo que vemos es otra situación: los institutos a cargo de la tenencia de la tierra nunca dan los papeles para garantizar los derechos en la seguridad de la tenencia de tierra de las familias criollas e indígenas. O lo dan mal. Entonces se generan muchos conflictos con los vecinos. En medio de ese caos llegan a ofrecer a las comunidades que corten los árboles. Incluso escuché una comunidad que me contó que les dieron las máquinas para cortar los bosques y después les cobraron por haber usado las máquinas. O sea, estamos hablando de la colonia.

-La llevo al ámbito nacional. ¿Cómo es hacer ciencia hoy en Argentina?
-Es remar en dulce de leche [un dulce espeso, típico de Argentina], es querer llorar un montón de veces. Es ver a los más jóvenes, que podrían estar haciendo un doctorado, que son fabulosas personas, profesionales, yéndose al exterior. No hay dinero para la ciencia, no hay inversión en algo tan valioso y que nos da tanto prestigio internacional. No tenés los recursos básicos porque todo se desmorona. Ves que mienten. Los funcionarios en la televisión dicen que los científicos son “ñoquis” [empleados que no cumplen con su trabajo], dicen que no trabajan. Yo no conozco investigadores que no trabajen. Trabajamos en cualquier horario y tenemos un sistema de evaluación de los más estrictos que vi en la vida. Es muy doloroso. Los colegas te llaman y te dicen: “Me quedé sin recursos, no puedo hacer los análisis genéticos, no puedo ir al campo”. Y bueno, obviamente nos vamos juntando, lo vamos tratando de resolverlo. Yo quiero trabajar para mi país, pero veo la falta de empatía y toda la crueldad que vemos por parte de los gobernantes. Aun así, tenemos la esperanza de que lo vamos a revertir, que lo vamos a atravesar y la convicción de que es realmente necesario lo que nosotros hacemos y que sirve a toda la sociedad.
Imagen principal: la bióloga argentina Micaela Camino, durante su trabajo de campo en el Chaco seco, en el noreste argentino. Foto: cortesía Sara Cortez